Probablemente muchos de nosotros desconocemos el origen del lema “Dios, Patria y Ley” que adorna el emblema de la Policía Nacional del Perú, o en el caso de los Bomberos Voluntarios del Perú “Dios, Patria y Humanidad”, pero en algunas crónicas limeñas, como las escritas por don Ricardo Palma o por el historiador don Ismael del Portal, podemos encontrar, lo que quizás sea, el origen de estos lemas.
Corría el año 1608 cuando el virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montes Claros, encargó la construcción de uno de los puentes más antiguos que aún se conservan en Lima, y no es otro que el Puente de Piedra. Esta es una obra que une el jirón de la Unión (en el distrito del cercado de Lima) con el jirón Trujillo (en el distrito del Rimac). Sólida obra a base de calicanto, apoyada sobre cuatro contra fuertes que a su vez forman cinco arcos, con un costo de 7’000,000 de pesos de oro, que demoró construirse dos años, y fue una de las obras más sonadas de la época colonial.
El extremo del puente que da hacia el jirón de la unión fue el lugar indicado para la creación del arco que muy probablemente diera origen a los lemas mencionados, y muy originalmente fue llamado el Arco del Puente.
Durante el gobierno del Virrey Melchor Portocarrero Lasso de Vega, conde de Monclova (1689 – 1705), se construyó el Arco del Puente, fue exactamente en el año 1700. En sus comienzos poseía en la parte superior y entre dos torrecillas de nobles esculturas, una estatua ecuestre del Rey de España Felipe V, sólida obra de bronce confeccionada por el escultor limeño Baltasar Gavilán.
El 28 de octubre de 1746, Lima fue sacudida por un terremoto de gran magnitud, trayendo como consecuencia la caída del monarca español de su particular podio, arrastrando en su caída la imagen de Nuestra Señora de Belén, que curiosamente estaba ubicada por debajo de la escultura ecuestre. El terremoto debilitó las estructuras del arco, dejándolo en estado casi ruinoso.
Pasaron alrededor de veinte años, hasta el gobierno del Virrey don Manuel Amat y Juniet, que, a buen juicio, realizó la reparación de tan querida obra; reconstruyendo las dos torrecillas, colocando en el lugar que ocupaba el monarca la estatua del tiempo o ampolleta, y en el sitio que ocupaba la virgen mandó colocar el reloj que había en una de las torres de la Iglesia de San Pedro; y que en 1852, siendo presidente del Perú el General José Rufino Echenique, fue reemplazado por otro reloj de mayores dimensiones, de muy sonora campana y bien iluminada por dentro para que, en horas de la noche y desde regular distancia, se pudieran ver las horas por ambas caras. Este reloj fue una donación de los jesuitas en la época republicana, como símbolo de amistad y buena voluntad, luego de que estos fueran expulsados de nuestro territorio durante el virreinato.
Existe un recorrido ceremonial por el sector del Rimac, como el que seguramente pudo haber hecho el Virrey Amat en su visión de “urbanismo”. Este comienza en el Palacio de los Virreyes en el extremo norte de la Plaza Mayor (lo que es actualmente el Palacio de Gobierno), el séquito de coches y calesas tomaría la calle Fierro Viejo, pasando por el Arco del Puente, que desemboca en la plazuela de la Iglesia de Los Desamparados, recorriendo el hoy jirón Trujillo hasta la Iglesia de San Lázaro. En la intersección de esta plazuela, doblarían por la derecha por la calle Miranda, para tomar enseguida por la mano izquierda la recta de las calles frontón y Molino (hoy jirón Chiclayo) teniendo por delante la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana y desembocando en la Alameda de Los Descalzos.
...(esta crónica continurá)
Corría el año 1608 cuando el virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montes Claros, encargó la construcción de uno de los puentes más antiguos que aún se conservan en Lima, y no es otro que el Puente de Piedra. Esta es una obra que une el jirón de la Unión (en el distrito del cercado de Lima) con el jirón Trujillo (en el distrito del Rimac). Sólida obra a base de calicanto, apoyada sobre cuatro contra fuertes que a su vez forman cinco arcos, con un costo de 7’000,000 de pesos de oro, que demoró construirse dos años, y fue una de las obras más sonadas de la época colonial.
El extremo del puente que da hacia el jirón de la unión fue el lugar indicado para la creación del arco que muy probablemente diera origen a los lemas mencionados, y muy originalmente fue llamado el Arco del Puente.
Durante el gobierno del Virrey Melchor Portocarrero Lasso de Vega, conde de Monclova (1689 – 1705), se construyó el Arco del Puente, fue exactamente en el año 1700. En sus comienzos poseía en la parte superior y entre dos torrecillas de nobles esculturas, una estatua ecuestre del Rey de España Felipe V, sólida obra de bronce confeccionada por el escultor limeño Baltasar Gavilán.
El 28 de octubre de 1746, Lima fue sacudida por un terremoto de gran magnitud, trayendo como consecuencia la caída del monarca español de su particular podio, arrastrando en su caída la imagen de Nuestra Señora de Belén, que curiosamente estaba ubicada por debajo de la escultura ecuestre. El terremoto debilitó las estructuras del arco, dejándolo en estado casi ruinoso.
Pasaron alrededor de veinte años, hasta el gobierno del Virrey don Manuel Amat y Juniet, que, a buen juicio, realizó la reparación de tan querida obra; reconstruyendo las dos torrecillas, colocando en el lugar que ocupaba el monarca la estatua del tiempo o ampolleta, y en el sitio que ocupaba la virgen mandó colocar el reloj que había en una de las torres de la Iglesia de San Pedro; y que en 1852, siendo presidente del Perú el General José Rufino Echenique, fue reemplazado por otro reloj de mayores dimensiones, de muy sonora campana y bien iluminada por dentro para que, en horas de la noche y desde regular distancia, se pudieran ver las horas por ambas caras. Este reloj fue una donación de los jesuitas en la época republicana, como símbolo de amistad y buena voluntad, luego de que estos fueran expulsados de nuestro territorio durante el virreinato.
Existe un recorrido ceremonial por el sector del Rimac, como el que seguramente pudo haber hecho el Virrey Amat en su visión de “urbanismo”. Este comienza en el Palacio de los Virreyes en el extremo norte de la Plaza Mayor (lo que es actualmente el Palacio de Gobierno), el séquito de coches y calesas tomaría la calle Fierro Viejo, pasando por el Arco del Puente, que desemboca en la plazuela de la Iglesia de Los Desamparados, recorriendo el hoy jirón Trujillo hasta la Iglesia de San Lázaro. En la intersección de esta plazuela, doblarían por la derecha por la calle Miranda, para tomar enseguida por la mano izquierda la recta de las calles frontón y Molino (hoy jirón Chiclayo) teniendo por delante la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana y desembocando en la Alameda de Los Descalzos.
...(esta crónica continurá)
No hay comentarios:
Publicar un comentario