Desde este punto harían un circuito completo alrededor de la alameda en sentido de las agujas del reloj permitiendo la vista de la Iglesia de Santa Liberata, la Iglesia de Los Descalzos y la Iglesia de Nuestra Señora del Patrocinio. Llegando al extremo sur de la alameda nuevamente tomarían la entrada a la Navona. Hacia la izquierda y siguiendo su recorrido a fondo, se podría todavía continuar en dirección sureste por el jirón Hualgayoc hasta la plaza de toros de Acho.
Terminando de disfrutar el espectáculo de la corrida de toros, el séquito virreinal podría entonces completar el circuito del paseo a través de la Alameda Nueva, que bordea la ribera del río Rimac, y que da acceso nuevamente al Puente de Piedra para retornar nuevamente hasta la Plaza Mayor.
Entrada la época de la República, comenzó para el Arco del Puente, como para todos los monumentos de la conquista, el periodo de decadencia, a consecuencia del abandono y la falta de interés por las obras de la colonia. No había quien se preocupara por reparar los daños causados por el paso del tiempo y, sobre todo, las cicatrices que dejaron los proyectiles de las revoluciones.
Y no fue hasta el gobierno de José Balta, en 1868, hombre muy interesado por las obras públicas, que, acercándose un aniversario más de la Independencia Nacional, el Arco del Puente fue completamente reparado y embellecido.
Durante la realización de estos trabajos sucedió una anécdota que podría dar inicio a los lemas en cuestión. El historiador don Ismael Portal dice al respecto lo siguiente: “… y en determinado momento en que para apreciar el estado de los trabajos, asomó por los balcones de Palacio que caen a Desamparados, (José Balta) advirtió que, a causa de la seria limpieza que se efectuaba, había aparecido en grandes y muy borrosos caracteres un rótulo que decía: “Dios y el Rey”. -¡Cómo es eso!- exclamó sorprendido nuestro popular presidente. “El rey se acabó hace mucho tiempo. Ahora debe ponerse ahí (y mando que se ponga): Dios y la Patria””.
El fin del Arco del Puente ocurre, lastimosamente, la madrugada del 28 de abril de 1879, días después de que Chile le declarara la guerra al Perú (5 de abril de 1879). Siendo la una de la mañana de aquella fatídica fecha, mientras la ciudad de Lima descansaba, las campanas de las iglesias, incluida la de la Iglesia de San Pedro una de las más fuertes en sonido, comenzaron a repicar, anunciando un voraz incendio en la Ciudad de los Reyes.
La ciudadanía entera se asomaba a las calles, desde los portones o los balcones, trataban de averiguar el lugar del siniestro; dándose con la pésima noticia de que se trataba del Arco del Puente, que en ese momento se consumía en llamas. En poco tiempo centenares de hombres de toda clase social se daba cita en el lugar para, de algún modo, tratar de detener tremendo daño, pero nada ni nadie pudo detener el triste final del Arco del Puente.
En algo más de una hora, el reloj, que marcaba las dos de la mañana, cayó estrepitosamente en medio de la congoja y desesperación de los centenares de ciudadanos, a los que solo les quedaba el recuerdo, ya grabado en la memoria, de aquella obra de arte. Ya en horas en que el sol alumbraba la ciudad, el pueblo entero vio solo madera quemada en lugar del bellísimo arco que hasta el día anterior estaba allí; ante sus ojos solo había desolación. Solo de esta forma se pudo conocer que la mayor parte del material con que se construyó el arco era roble, situación que contribuyó de sobremanera a que el fuego acabara con ella.
Hoy en día podemos ver una replica del Arco del Puente, pequeña en dimensiones, comparada con la original, que aunque no tiene la majestuosidad del reloj de los jesuitas y el labrado en madera, ni el lema inscrito en él, puede decirse que nos recuerda aquel viejo arco que tuvo historia. Para los interesados, esta replica está ubicada en los cruces de las avenidas Huaylas y Guardia Civil en Chorrillos, valdría la pena visitarla.
Terminando de disfrutar el espectáculo de la corrida de toros, el séquito virreinal podría entonces completar el circuito del paseo a través de la Alameda Nueva, que bordea la ribera del río Rimac, y que da acceso nuevamente al Puente de Piedra para retornar nuevamente hasta la Plaza Mayor.
Entrada la época de la República, comenzó para el Arco del Puente, como para todos los monumentos de la conquista, el periodo de decadencia, a consecuencia del abandono y la falta de interés por las obras de la colonia. No había quien se preocupara por reparar los daños causados por el paso del tiempo y, sobre todo, las cicatrices que dejaron los proyectiles de las revoluciones.
Y no fue hasta el gobierno de José Balta, en 1868, hombre muy interesado por las obras públicas, que, acercándose un aniversario más de la Independencia Nacional, el Arco del Puente fue completamente reparado y embellecido.
Durante la realización de estos trabajos sucedió una anécdota que podría dar inicio a los lemas en cuestión. El historiador don Ismael Portal dice al respecto lo siguiente: “… y en determinado momento en que para apreciar el estado de los trabajos, asomó por los balcones de Palacio que caen a Desamparados, (José Balta) advirtió que, a causa de la seria limpieza que se efectuaba, había aparecido en grandes y muy borrosos caracteres un rótulo que decía: “Dios y el Rey”. -¡Cómo es eso!- exclamó sorprendido nuestro popular presidente. “El rey se acabó hace mucho tiempo. Ahora debe ponerse ahí (y mando que se ponga): Dios y la Patria””.
El fin del Arco del Puente ocurre, lastimosamente, la madrugada del 28 de abril de 1879, días después de que Chile le declarara la guerra al Perú (5 de abril de 1879). Siendo la una de la mañana de aquella fatídica fecha, mientras la ciudad de Lima descansaba, las campanas de las iglesias, incluida la de la Iglesia de San Pedro una de las más fuertes en sonido, comenzaron a repicar, anunciando un voraz incendio en la Ciudad de los Reyes.
La ciudadanía entera se asomaba a las calles, desde los portones o los balcones, trataban de averiguar el lugar del siniestro; dándose con la pésima noticia de que se trataba del Arco del Puente, que en ese momento se consumía en llamas. En poco tiempo centenares de hombres de toda clase social se daba cita en el lugar para, de algún modo, tratar de detener tremendo daño, pero nada ni nadie pudo detener el triste final del Arco del Puente.
En algo más de una hora, el reloj, que marcaba las dos de la mañana, cayó estrepitosamente en medio de la congoja y desesperación de los centenares de ciudadanos, a los que solo les quedaba el recuerdo, ya grabado en la memoria, de aquella obra de arte. Ya en horas en que el sol alumbraba la ciudad, el pueblo entero vio solo madera quemada en lugar del bellísimo arco que hasta el día anterior estaba allí; ante sus ojos solo había desolación. Solo de esta forma se pudo conocer que la mayor parte del material con que se construyó el arco era roble, situación que contribuyó de sobremanera a que el fuego acabara con ella.
Hoy en día podemos ver una replica del Arco del Puente, pequeña en dimensiones, comparada con la original, que aunque no tiene la majestuosidad del reloj de los jesuitas y el labrado en madera, ni el lema inscrito en él, puede decirse que nos recuerda aquel viejo arco que tuvo historia. Para los interesados, esta replica está ubicada en los cruces de las avenidas Huaylas y Guardia Civil en Chorrillos, valdría la pena visitarla.
2 comentarios:
A propósito de la secuencia urbana espacial que mencionas, ¿Tienes alguna referencia bibliográfica? Hay un artículo escrito por Humberto Rodríguez C. acerca de este supuesto. Y bueno, yo estoy proponiendo comprobar esta hipótesis...
Atte
Seymour Stein(Estudiante de arquitectura, urbanismo y artes)
La referencia en la cual se basa la mayoría de datos de esta crónica, está en el libro del cronista Ismael Portal titulado "Del Pasado Limeño" edicion de 1932. Ahí puedes encontrar más datos acerca de este monumento y de otros más. También hay una breve referencia de este Arco en las crónicas de Ricardo Palma. Suerte
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