martes, 6 de noviembre de 2007

Un Hamilton por favor!

Mendigo- acuarela de Manolo Jiménez

Hace tiempo, caminando por alguna calle cerca a mi casa de cuyo nombre no me quiero acordar (que frase para más Cervantesca) iba yo con mi papá y nos encontramos con un sujeto tirado en el piso. Él llevaba trajes sucios y estaba bastante descuidado, era un tipo en ruinas. Al pasar por su costado, el sujeto estirando la mano, dijo: Maestro, una propina por favor, para comprarme un Hamilton(*) ¿si?. Mi padre lo miró y reconoció: era Jorge, el hermano de un capitán que mi papá conoció cuando trabajaba en la comisaria de Vipol.


Jorge era un tipo que en sus buenos años había tenido de todo: casa, carro y una buena familia; hasta que se casó. Contrajo nupcias con una chica caprichosa la cual nunca le dio hijos y lo más que hizo fue adornarlo con cuernos(**). Jorge, en el tiempo que mi papá trabajaba con su hermano, empezó una serie de duras peleas con su esposa. Su mujer iba a la comisaría del cuñado para denunciar a Jorge por maltrato físico, cosa que, según lo que mi papá me contó, era falso. Poco a poco la mujer fue llenándolo de denuncias hasta que un día Jorge decidió quitarse la vida, o bueno malograrse hasta más no poder, pues la mujer que él ¿amaba? le hacía la vida imposible. Se metió al bajísimo mundo del alcohol y las drogas, de donde jamás pudo salir.

tal era el acoso de la mujer, y el desinterés por Jorge que lo despojó de todos sus bienes y al poco tiempo lo abandonó a su miserable suerte.

Su familia intentó rescatarlo, pero ya poco o casi nada se podía hacer por él. Lo internaron varias veces en un centro de rehabilitación para adictos, pero tantas veces entraba, otras tantas iguales se escapaba. Ya no se podía con su genio.

Con el tiempo la familia también le dio la espalda y fue quedándose solo. Recorría la ciudad por donde los días lo llevaban, hasta que ya ni los idas podían con él, y se apoderó de una esquina cercana a mi casa, lugar en el cual mi papá y yo lo vimos.

Ya hace mucho no se le ve a Jorge en su esquina predilecta, ya no se le escucha pedir una propina para comprarse un Hamilton, ni se le ve rondando las calles. Qué será de su escasa vida.

Ante esto, alguna vez, se me ocurrieron unos versos que aquí expongo. Donde quiera que estés Hombre Invisible, que el de arriba te bendiga.


MENDIGANDO INVISIBILIDAD

Un mendigo en la avenida
tiene los dedos estirados,
pide a gritos una propina
pide a gritos panes regalados.

La gente camina a ciegas
por entre el mendigo tirado,
en sus almas el desinterés se riega
por aquel hombre olvidado.

Si supieran quién fue ese hombre,
si supieran de qué estirpe viene,
si supieran cual es su nombre,
si supieran la alcurnia que tiene.

Tengan la mayor seguridad
de que no serían insensibles,
aquellos hombres de ciudad
que hoy lo creen invisible.

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(*)Hamilton: marca de cigarrillos (de mal gusto para mí)
(**)cuernos: cuando tu pareja te saca la vuelta (¿ya te viste en el espejo?)

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